Entre tus cuerdas

Si fuera una escritora de novelas comerciales, diría que las cuerdas en el shibari son como los brazos de tu amante que te envuelven y te sostienen cálidamente. Pero la realidad no es esa.

Escribo esto con el único propósito de poder difundir las cosas fascinantes que yo he encontrado en el shibari. No soy nadie importante y todo lo que hay en adelante son mis opiniones personales. Pero si soy capaz de desmitificar los prejuicios sobre el shibari aunque sea a una sóla persona, habrá valido la pena.


La cuerda es un material inerte y áspero que pone tensión en tu cuerpo. Lo verdaderamente importante de transformar la acción de atar en shibari es la intención que hay en la persona que sostiene la cuerda. Y para mí, ha sido un antes y después poder encontrar a una persona no sólo compatible, sino que es capaz de transmitir y transmite emociones intensas y crea momentos especiales. Le agradezco enormemente que me haya enseñado el mundo del shibari con cariño, con paciente y de una forma tan sana que, lamentablemente, es inusual encontrar.

Es un momento espacio-tiempo donde sólo importa el sonido de su respiración, el calor de la palma de sus manos, el peso y la fuerza de sus brazos al moverme y el ritmo que generan las cuerdas al friccionar.

El shibari no es hacer macramé, no es aprender nudos de marinero, ni conseguir lograr la postura más creativa y desafiante posible. El shibari es una comunicación, el resultado de una interacción. Para ello, se necesitan dos personas y una cuerda. Se puede entablar una conversación viendo un partido de fútbol pero no será ni especial ni mucho menos íntima. Yo prefiero dedicar mi plena atención a la otra persona y hacerle sentir valioso. Es un momento espacio-tiempo donde sólo importa el sonido de su respiración, el calor de la palma de sus manos, el peso y la fuerza de sus brazos al moverme y el ritmo que generan las cuerdas al friccionar. Mi mentalidad cambia, siento que pierdo mi humanidad porque no hay espacio para las palabras. A la vez, me encuentro más viva y terrenal porque me siento verdaderamente cerca de él a través de mis cinco sentidos.

No tienen cabida los conceptos complejos, los silencios incómodos, las ironías ni la vanidad a los que estamos sometidos constantemente en nuestro día a día.

Quiero aclarar que también existe el shibari aún cuando estás aprendiendo e iniciándo.


En cierto sentido, el shibari tiene mucho en común con las artes marciales. Requiere de cierta habilidad que sólo consigues con la práctica y la dedicación. Una sesión de shibari es como una kata de kárate en el sentido en que la mente debe de estar concentrada, la respiración acompasada, has tenido que aprender y pulir una técnica y todo debe de estar coordinado. No obstante, la importancia radica en la persona al otro extremo de la cuerda.


¿Qué se quiere transmitir? Tal vez, un humor juguetón o tal vez, ser estricto. Y para poder comunicar debes de haber aprendido a hablar. Cuando practicas por primera vez shibari, no sabes sostener la cuerda, manejar el cuerpo de la otra persona ni mucho menos transmitir una emoción. Pero está bien. No hay un único camino ni nadie avanzará al mismo ritmo que tú. Sólo debes de disfrutar de esos momentos junto a la otra persona, practicar la técnica e ir encontrando vuestro propio lenguaje.

Aprecio las sesiones de shibari cada vez más porque me permiten evadirme del mundo.
De forma cotidiana estamos expuestos a miles de estímulos, hay que estar alerta a muchas cosas y debemos dar una respuesta rápida, acorde y políticamente correcta. Cuando hago shibari, no existen responsabilidades externas, no hay un horario delimitado y no importa el qué dirán los demás. Solamente estamos él y yo.


Puede estar tocándome piel con piel o mirándome de lejos, pero me siento conectada y anclada por su presencia y su mirada. Se me puede olvidar cómo formar palabras pero no dónde está y qué está haciendo. Es liberador poder abandonarse y entregar tu confianza a otra persona sabiendo que no sólo velará por ti sino que apreciará cada instante.


Adoro la sensación de su piel contra mi piel pero también me encanta escuchar su respiración cerca de mi cuello. Puedo ser vulnerable y sincera conmigo misma porque sé que él estará ahí pase lo que pase. Es indescriptible la sensación que produce cuando arrastra la cuerda sobre mi cuerpo. Puede ser lentamente y hacerme sentir lánguida, o puede ser con tensión y activar todas las fibras nerviosas de mi cuerpo.
Cuanto más me adentro y conozco del shibari, más cosas quiero probar. No puedo evitar querer retarme a mí misma. Pero lo bonito de ello, es que en el fondo no tengo que demostrar nada a nadie. Puede ser más intensa una sesión con un takate y una única línea que lograr una suspensión de una postura muy exótica. La clave está en la intencionalidad detrás de sus manos.

He escrito esto habiendo atado más de dos, seis y doce veces con él. Probablemente no pueda escribir lo mismo dentro de un año si seguimos atando. Con esto quiero decir que estoy orgullosa de haber construido nuestro propio lenguaje.


Esta forma de comunicarnos y hacer shibari, creando momentos tan especiales, es resultado de un esfuerzo conjunto y progresivo. A veces estoy en el suelo y necesito mirarle para hacerle partícipe de las emociones que tengo dentro. A veces estoy en el aire, colgando y con los ojos cerrados, puedo emitir o no algún sonido y sé que él sabrá interpretar aquello que ni yo misma identifico. Me fascinan las cosas que me transmite cuando me mueve, me gira y me posiciona; la fuerza o la delicadeza que hay tras su tacto. Me maravilla la capacidad que tiene de alzarme o bajarme a un ritmo determinado para comunicarme sus intenciones.

Me gusta atar estando los dos solos porque me permite focalizarme más. En el silencio y la penumbra surgen sentimientos profundos y complejos. Están a flor de piel, en cada exhalación, en cada suspiro y en los ojos empañados, brillosos, plagados de lágrimas a punto de desbordar.


Sin embargo, cuando salimos a un kinbaku salon mi atención también está centrada en él. El público se difumina a mi alrededor y sólo está él y su presencia. Es peculiar cuando hay un tercer observador porque convierte nuestra comunicación en algo aún más especial. Transforma su forma de atar y nuestra forma de movernos en torno al otro en algo único, insustancial, y, a la vez, visible y prácticamente tangible. Son ocasiones donde estoy orgullosa de declarar que soy su centro de atención. Lo que sentimos y pensamos del otro puede vislumbrarse pero nuestra comunicación siempre será exclusiva, especial y totalmente privada.

Personalmente, aprecio el estilo Semenawa porque para mí tiene que ver con el sufrimiento y la entrega total. No puedes sufrir si sigues pensando en cosas del día a día y no te focalizas enteramente en la persona que te ata. Es necesario ser capaz de sentir profundamente, dejar de pensar en toda lógica y abandonarte a tu pareja de shibari.


No puedes hacer semenawa con un desconocido. Necesitas construir una relación y una confianza mutua.

También requiere un proceso propio e interno para aprender a gestionar las sensaciones. Ser capaz de percibir mediante el tacto y la cuerda a tu pareja de shibari y, a la vez, apreciar el proceso, requiere de una desconexión mental que el frenético día a día no nos permite.


El semenawa me cautiva. Dicen que es la belleza del sufrimiento. Yo no me veo bella porque no puedo percibirme a mí misma desde una perspectiva externa. Sólo hay cabida en mi cabeza para las sensaciones y su presencia. Puedo estar sufriendo y enfrentándome a una posición difícil y, aunque es él quien me ha llevado hasta ese estado de aparente angustia y dolor, me regala una de las caricias más gentiles y dulces que nunca he experimentado. La lógica apunta a todo lo contrario, pero sé a ciencia cierta que un momento tormentoso puede ser a la vez afectuoso. Aunque tenga mi movimientos restringidos, nunca me he sentido tan libre como en esos momentos. Me entrego plenamente en cuerpo y desconecto todo pensamiento, sólo soy persona.

Aprecio mucho el proceso de desatado porque se alternan momentos inflexibles con momentos serenos. No sé cuándo terminará, y eso me permite apreciar lo maravilloso de cada instante. Es un proceso plácido y dulce que difumina los momentos más exigentes física y mentalmente. Es un espacio para el reconocimiento mutuo de lo que el otro ha logrado. Hay cariño y aprecio por el regalo de entrega, de su tiempo y esfuerzo. Me siento cuidada y apreciada sin necesidad de palabras. Me lo indica su forma de sostenerme, su toque y su mirada. Cuando todo termina, es un instante mágico e irrepetible que puede durar unos pocos segundos o minutos.

Llegados a este punto, si estáis leyendo esto, gracias por vuestro tiempo. No sé si os ha servido de algo mis palabras. Tal vez os frustréis porque vuestros momentos de shibari no son tan “idílicos” o tal vez os anime a darle una oportunidad a esa cosa japonesa tan prohibida e insólita. Yo he tenido la suerte de haber encontrado prontamente a una persona no sólo compatible conmigo, sino que tiene profundos conocimientos siendo a la vez una extraordinaria persona. Eso ha facilitado la evolución en nuestra forma de comunicarnos, de hacer shibari y poder alcanzar una confianza e intimidad más profunda.

Os animo a aprender, practicar y conocer gente mediante el shibari. A mí me ha permitido descubrir una comunidad maravillosa, llena de gente sana, agradable y siempre desde el respeto mutuo. El Dojo me ha dado un entorno seguro para aprender y poder disfrutar el camino. Espero que más gente escoja probar el sendero del shibari.