Pensamientos sobre aquel workshop de Hashira

Hace unas semanas Zor y yo asistimos al taller de fin de semana de hashira en Turín de Kinbaku LuXuria. Fue un taller especialmente intenso para nosotros y me gustaría compartir un poco de lo que sentí, especialmente durante el ejercicio inspirado en una atadura de Nureki San, y agradecer a Riccardo y RedSabbath que nos hayan dado la posibilidad de experimentar algo así. Zor también lo disfrutó mucho, ya que estaba muy centrado en el desarrollo de kuzushi y poner personalidad en la atadura. Debo decir que esta es una visión muy personal y sólo puedo hablar de mi propia experiencia, tú deberías encontrar la tuya. Me gusta mucho el consensual non-consent y y las dinámicas de poder y soy consciente de que no es para todo el mundo. Además, las suspensiones en hashira son muy exigentes desde el punto de vista técnico, físico y psicológico, por lo que recomendamos buscar buenos profesores.

Me puso de espaldas contra la hashira, me agarró los brazos por detrás e hizo que abrazaran el poste. Sentí como la hashira comenzaba a amoldarse a mi columna vertebral, casi como si quisiera absorberme. La presión de las cuerdas en mis brazos extrañamente comenzó a distorsionar el ritmo de mi respiración. Mi pecho apenas estaba atado pero me faltaba el aire y me comenzaron a flaquear las piernas. Y cada vez que conseguía adaptarme, otra cuerda llegaba para derrotarme una vez más.

Entonces recordé las historias que nos contó Red Sabbath minutos antes, de tantas mujeres en la historia que se sacrificaron por la persona que amaban, de todas las brujas condenadas a muerte amarradas a postes. Nos recordó también la historia que Miho San contó durante el curso de Sugiura Sensei, de aquella mujer en el periodo Edo en Japón que se declaró culpable para encubrir el delito de su amado y soportó la tortura de ishidaki hasta su muerte. De repente miré a Zor y algo dentro de mí explotó en mil pedazos.

Me sentí tan conectada a ellas y a la vez tan vulnerable. Como si mi verdadero yo, el que se oculta en la timidez y convenciones me lo hubieran arrancado y expuesto para que todos lo viesen. Solo deseaba que él supiera que hubiera llegado tan lejos como él me lo hubiera pedido, sin condiciones. Y lloré, lloré desconsolada, con la certeza de que había dejado de importarme cuánto tiempo estaría ahí ni lo que pasaría conmigo. Y a la vez me avergonzaba profundamente la idea de que alguien pudiese verme en ese estado. Todos esos ojos mirándome hacían que mi cabeza diera vueltas.

Ató mis piernas abiertas al poste y quedé suspendida, expuesta y avergonzada. No podía luchar contra ello, simplemente lo acepté. Las lágrimas corrían por mis mejillas con rapidez cuando él se acercó, me levantó el vestido y me susurró: «estás preciosa». Mi corazón latía con fuerza y mis braguitas se mojaron irremediablemente. Me bajó y desató y mi mente no hacía más que dar vueltas, solo quería abrazarle con fuerza y darle las gracias por llevarme más allá de mis límites un día más, por demostrarme lo fuerte que soy a través de mi sufrimiento.

Recuerdo que Riccardo nos dijo que buscáramos nuestra redención allí arriba. No sé si la encontré pero hice todo lo que pude por conseguirla. Sólo soy una principiante en este camino del hashira shibari, pero estoy dispuesta a recorrerlo con determinación, paciencia y un corazón lleno de amor.

La indefensión y la entrega absoluta son algunas de las cosas que me hacen enamorarme del kinbaku cada vez. No las acrobacias, no salir guapa en una foto, sino sacar a relucir los deseos más oscuros de una persona. Y sentirse tan maravillosamente rota es ciertamente hermoso…

Margout